De ruta turística por Tokyo ~Libre~

Siempre había querido ir a Japón y en cuanto tuve la oportunidad de hacerlo, lo hice. Mi lugar de destino no fue otro que la famosísima ciudad de Tokyo, con sus luces, la gente yendo de un lado para otro disfrazados de personajes anime y todo aquel ambiente exótico que me resultaba fabuloso.

Aquel día había adaptado mi aspecto a la moda japonesa, dándole a mi cabello rubio platino unas cuantas mechas rosas utilizando mi habilidad para cambiar mi aspecto. Me di cuenta enseguida de que tampoco me quedaban tan mal, quizá me las dejase.

Aro me había contado sus sospechas acerca de un par de vampiros nómadas que en aquel momento debían andar por Japón. Si las sospechas eran ciertas, se habían permitido el lujo de vampirizar a dos niños humanos. Un lujo imperdonable.
Lo cierto es que necesitaba con urgencia salir del castillo, sentir la libertad fuera de esas cuatro paredes de piedra. Así que inmediatamente me ofrecí a llevar a cabo la mision. Aunque al final el asunto se quedó en sospechas: ni rastro de delito. Qué aburrimiento, ya me había imaginando sus rostros gritando por culpa del dolor del pecado.
En fin, suspiré. Supuse que ahora me tocaba volver a Volterra... Aunque de pronto detecté otro olor de vampiro. Un olor que ya había olido antes. Sonreí con diversión.
Eché a correr a una deplorable velocidad humana y colándome un poco entre las sombras de los rascacielos japoneses, llegué ante ella. Anastasia Romanov.
- Vaya, vaya -dije tras colocarme a un par de metros de ella-. Pero si es Anastasia Romanov -sonreí, aunque no se trataba de una sonrisa de felicidad, sino más bien de sarcasmo y diversión-. ¿Qué hace una de las princesas rumanas sola en una ciudad como esta? ¿No te enseñaron nunca Nicolás y Alejandra que ir sola y sin protección por una ciudad desconocida y fuera del territorio del aquelarre es muy, pero que muy peligroso -comenté con sorna, lo cierto es que sí que estaba de humor para ver volar cabezas, y más aún si eran cabezas enemigas. Pero las grandes avenidas estaban atestadas de gente. Demasiada gente.

Escuchar aquella voz hizo que se me quitasen las ganas de dar vueltas y vueltas hasta recorrerme Tokyo por completo. De todas las personas existentes en el mundo, a quien menos esperaba encontrarme en Japón era a uno de "ellos". Los Vulturi, enemigos de mi clan por excelencia.

- ¿No deberías estar en una de tus mazmorras italianas donde la luz solar no alcanza a iluminar vuestro rostro? - le pregunté, ignorando el tono con el que había pronunciado la palabra "princesas" - Soy consciente de los riesgos, pero encerrarme como si fuese un animal no es una de mis aficiones - añadí.

Por supuesto que me habían advertido y todo aquel que me conocía sabía que las reglas y yo estábamos en una continua lucha. Las concurridas calles de la ciudad me otorgaban la ligera esperanza de que no se atreviese a hacerme nada allí ya que podría ser descubierta.

Sonreí burlona.
- ¿Una mazmorra? Si quisieramos realmente castigar a alguien, le mataríamos. Solo a vosotros se os ocurriría un castigo tan inútil. Mazmorras - solté un bufido-. Aunque por lo visto sí está entre tus aficiones la exposición temeraria, por lo que puedo apreciar-sí que eran raros estos rumanos. Yo siempre me cuidaba de que si algún miembro de nuestra realeza viajara, no lo hiciera solo. Un encuentro casual con un enemigo en un lugar abandonado ponía en riesgo su existencia-. Supongo pues, que tienes mucha suerte de que no nos encontremos en un lugar sin testigos ni ojos curiosos. Sabe Dios si seguirías con la cabeza sobre los hombros.

Increíble, sencillamente increíble. Hablaba de matar como si fuese un hecho tan cotidiano como ir a comprar el pan para un humano. A veces me costaba entender qué se les pasaba a los Vulturi por la cabeza para actuar como actuaban.

- Las mazmorras siempre han sido un clásico - comenté con tranquilidad - Tengo aficiones raras - me encogí de hombros y después escuché su comentario sobre mi cabeza - Me recuerdas a cierto personaje de Alicia en el País de las Maravillas, la Reina de Corazones... ¡que le corten la cabeza! - la Vulturi parecía tener una extraña obsesión por la cabezas ajenas - Lo que aún no comprendo es... ¿qué ganas matando o torturando a los demás?

¿Sentirse superior? Según me había explicado Nicolás, los Vulturis eran algo así como los... "reyes vampiros". Sin embargo, los Romanov también éramos la realeza, tal vez ese fuese el principal motivo de disputa entre nuestras familias.

Sonreí burlona ante su comentario respecto a ese cuento humano. ¿Realmente Anastasia era tan infantil? ¿Que la recordaba a una reina de cuento? De verdad, que triste.
- Yo por mí no gano nada. Soy un miembro más de la guardia de los reyes vampíricos -me encargué de remarcar bien la palabra "reyes", como dejando claro que los Vulturi indudablemente estamos por encima de los Romanov-. Si aquel a quien torturó ha tentado contra las leyes o nos ha traicionado, quizá no ganemos mucho, pero sí que no nos arriesgamos a perder nada. Desde luego, además, así dejamos bien claro que la ley es la ley. Incumplirla puede suponer un exterminio general a todo no-muerto. Aunque... bueno, no te voy a mentir -comenté-. Quizá ya he matado tanto que hasta le he cogido el gusto... Y, ¿quién sabe? Quizá matándote a ti dejamos bien claro a tu familia que si se atreven a arrancarnos un solo pelo de la cabeza, correrán la misma suerte.

Escuché sus argumentos sin inmutarme, definitivamente los Vulturi nunca cambiarían y su egocentrismo sería el tema que rigiese el mundo.

- Dura lex, sed lex - dije, citando aquel proverbio latino que alguna vez me habían enseñado mi profesor personal, aunque no recordaba cuando - La ley es dura pero es la ley - traduje.

¿Debía asustarme por su insinuación sobre que estaba dispuesta a matarme? Sí, probablemente debía, pero no lo hice. Disfrutaba llevando la contraria a la gente, incluyendo a mi familia, por lo que mis enemigos no iban a ser menos.

- Si me matases, la sed de venganza despertaría en los Romanov y acometerían con más fuerza que nunca - mi tono de voz no mostró nerviosismo alguno - No recuerdo haber incumplido ninguna ley durante mi estancia en Japón. No he matado a ningún humano, no me he expuesto a la luz del sol y no he revelado mi condición.

Si algo tenía claro es que mi familia no se rendiría en el caso de que yo muriese, sino que surtiría el efecto contrario y eso les motivaría aún más en su empeño por derrocar a los Vulturi.

- Lo sé-admití-. Por eso no lo he hecho -añadí-. No tengo pretextos para matarte si lo hiciera ahora, incluso si no hubiera ningún humano rondando por aquí cerca -dije con sinceridad-. Pero no dejas de formar parte de uno de nuestros aquelarres enemigos. Es más, de uno de los que pretende derrocarnos... La ley te está salvando ahora. Pero quién sabe por cuánto tiempo -apunté y me pregunté si aquello sería suficiente pretexto para matarla. Decepcionada, enseguida supe que no. Ya me imaginaba la cara de Aro descompuesta ante la noticia de que una de las Romanov había sido asesinada con mis manos. Entonces los Romanov ya no tendrían motivos para retrasar su ataque, ¡y quién sabe ya si se aliaran con los egipcios! Sería nuestro fin. Definitivo.

Aunque fuese una enemiga, al menos tenía muy claro su concepto de que eliminaría a aquellos que incumpliesen la ley y no mataría sin motivos. Me quedé pensativa, dándole vueltas a todo eso de los clanes enemigos y las peleas entre vampiros por hacerse con el poder.

- Aunque no conozco muy bien los motivos que tenemos para querer sacaros del poder... - estaba poco informada, desventajas de ser la pequeña - y aun sabiendo que nuestras familias están totalmente enemistadas... no siento odio hacia ti.

Todavía no me había dado razones para odiarla. ¿Qué me había hecho? Nada. Tal vez su familia se excediese con eso de tomarse la justicia por su mano, pero hasta donde yo sabía no me habían dañado directamente.

Levanté una ceja. Vaya, esto sí que me pillaba por sorpresa.
- ¿Hablas en serio? -y me refería a ambas cosas. Desde luego, me parecía muy extraño que miembros de los Romanov no conociesen la historia de nuestra rivalidad. Muy extraño. Pero aún más extraño me pareció lo que había dicho sobre lo que pensaba de mí... Claro que si no sentía rivalidad hacia nuestro clan, aunque fuera por ignorancia, tampoco podía odiarme, igualmente por ignorancia.

Me fijé en su expresión de incredulidad. Era normal, pero no era culpa mía tener lagunas mentales que parecían estar resistiéndose a ser llenadas.

- Totalmente en serio - respondí firmemente - ¿Para qué iba a perder mi tiempo mintiendo?

En realidad también pensaba que aunque supiese la historia me iba a resultar difícil llegar a odiar a alguien, no por nada me decían que parecía vivir en mi propio mundo. Y era cierto, en más de una ocasión me limitaba a vivir en mi burbuja donde yo controlaba todo y nadie podía darme órdenes.

Mis ojos recorrieron la calle con curiosidad, fijándome en la prisa de los humanos para los cuales el tiempo era oro. Me pregunté qué sucedería si todas aquellas personas pudiesen vivir una eternidad, probablemente no tendrían unas vidas tan ajetreadas. Aquel pensamiento me hizo formar una sonrisa de las que siempre solía tener en mi rostro. No me gustaba deprimirme, era mejor sonreír aunque no hubiese motivo para ello.

Tenía sentido, aunque no insistí mucho más en el tema. Tendría que hablar con Aro de esto, el hecho de que algunos de nuestros enemigos no se consideraran así mismos nuestros enemigos suponía una ventaja a nuestro favor.
Evalué con la mirada a la princesa. Parecía pensativa, como soñando despierta. Miraba la calle sin mirarla realmente, definitivamente tenía la cabeza en otra parte. De pronto sonrió. Entre esto y su comentario anterior me temí que, en realidad, Anastasia no fuera una ignorante sino una loca. Pero me abstuve a hacer comentarios ofensivos. Estaba cansada, buscar a esos nómadas me había llevado más de lo necesario, y me sentía agotada y... hambrienta.
- ¿En qué piensas? -pregunté con curiosidad mientras me apoyaba en una farola, aunque realmente no sentía curiosidad por su respuesta sino por ella misma. Me hacía gracia verla así, tan... tan lejos. Menudo elemento.

Su pregunta me sacó de mi ensimismamiento, provocando que desviase mi mirada hacia ella, volviendo a regresar a la realidad. Había veces en las que ni siquiera yo sabía en lo que pensaba, me pasaba demasiado tiempo en las nubes.

- Pensaba en lo mucho que aprecian los humanos el tiempo, desconociendo que existe otro tipo de vida en la que los años pasan como si nada - contesté, esquivando a un hombre que por poco me lleva por delante - Deben tener una vida muy estresante.

Creo que yo no sería capaz de llevar ese tipo de vida. Me encantaba tomarme las cosas con tranquilidad e improvisar en la mayoría de las situaciones. Incluso había llegado a actuar sin pensar.

Asentí mientras hablaba. Sí, aquello era cierto. Si supieran que el mundo está lleno de inmortales... Hasta podía entender sus prisas. La mayoría de ellos no llegaría a los cien años.Qué triste. Y yo seguiría con 16 años para siempre.
Pobres, necios e inútiles. Humanos. Se creen los dioses de algo que son incapaces de controlar. Se dejan llevar en forma de masa allá donde los superiores quieran conducirlos, y sin oponer resistencia, sin percatarse de su sumisión.
Sin darme cuenta, me puse a pensar en la sentencia de muerte que obligaría a Aro a convertirnpos a mi y a Alec. Ni siquiera tenían una excusa creíble. ¿Brujos? ¿Qué clase de excusa es esa? Y sin embargo, resultó de sobra para justificar el hecho de que nos quemaran vivos. Me estremecí ante el recuerdo. El último y el más doloroso de mi penosa vida humana.
- Aprecian demasiadas cosas banales -apunté, como si resultara evidente. Como una religión. Una religión que les condujo a enviarnos a Alec y a mí a la hoguera. En fin.

Y también eran muy crueles. Hasta donde tenía entendido, mi familia había sido echada del poder por un montón de humanos locos, era una princesa rusa y... ¡demonios! Odiaba haber olvidado cómo había muerto. En cierto modo, guardaba algo de rencor hacia los humanos que nos habían expulsado de nuestra casa, pero probablemente ellos ya estarían muertos y pudríendose en sus tumbas, a diferencia de nosotros. La dinastía Romanov perviviría durante toda la eternidad.

- Si la mayoría de ellos abriese un poquito más su mente les iría mucho mejor. Algunos son demasiado cerrados y no hacen más que causar problemas con sus tonterías.

A mí me encantaba analizarlo todo, verlo desde diferentes puntos de vista para ver cuál me gustaba más y no cerrarme ningún camino.

- Tengo que darte la razón en eso -admití-. Pero ya no solo se trata de que sean cerrados de mente. Son... simples. Manipulables. Se dejan llevar por aquellos que tienen el control y se obcecan con ideas en las que ni siquiera entienden, y las defienden hasta la muerte sin justificaciones.
Un pueblo entero afirmó que Alec y yo éramos brujos, solo porque a una o dos personas se les había metido en la cabeza aniquilarnos. ¿Qué clase de amenaza podían suponer para ellos dos gemelos adolescentes? Y a pesar de todo, fuimos condenados. Deplorable.

- Eso me hace pensar que... - comencé a decir, enredando un dedo en mi cabello y jugando con él - los Vulturi tenéis súbditos, ¿verdad? Vampiros que os obedecen ya sea por miedo, por respeto o por lo que sea... ¿No es casi lo mismo? - esa pregunta era ligeramente retórica - La sociedad de los vampiros está organizada por jerarquías... Los de arriba ordenan, los de abajo obedecen.

También me recordó los tiempos de esplendor en Rusia, cuando el zar Nicolás era el encargado de dar las órdenes y el pueblo las recibía con entusiasmo mientras yo... yo me limitaba a vivir mi infancia.

- Y tú has tenido oportunidad de vivirlo en primer plano, ¿verdad? -le recordé levantando una ceja ante su pregunta retórica; no se me pasaba por alto el hecho de que ella en su día fue una auténtica princesa-. Aunque nuestra labor es bastante más honesta y decente que la que poseen esos parásitos. No puedes negar que, de no ser por nosotros, los humanos ya nos habrían descubierto y condenado hace décadas. Supervivencia. Los humanos, en cambio solo buscan... guerra. Caos. Poder. Ansias de superioridad, de sentirse alabados y queridos por sus actos, aunque estos resulten ser los más deplorables y salvajes que a la humanidad se le hayan podido ocurrir. El ansia por ganar -apunté con orgullo. Tampoco podía negar que los Vulturi no quisiéramos el poder, sentirnos respetados. Pero aquello suponían unos extras, agradables, pero extras.

- De pequeña solían referírse a mí como "shvíbzik", lo que en tu idioma vendría a ser "diablillo", así que no es que me respetasen mucho... - admití.

Recordaba que yo era por excelencia la encargada de las travesuras y la verdad era que estaba orgullosa de el don que siempre había tenido para ello. Nadie en toda la corte era tan ingenioso como yo y disfrutaba de lo lindo engañando a los criados y escondiéndome cuando no quería recibir alguna clase.

- Admitiré que vuestra labor ha evitado lo que podría ser un... enorme conflicto entre humanos y vampiros, que acabaría bastante mal para los humanos y nos impediría "vivir tranquilos" a nosotros.

Me sorprendí ante su comportamiento racional. Qué extraño. Cualquier rumano-ruso habría saltado con algún comentario sarcástico y nos habría tachado de, muy a mi parecer es una soberana estupidez, tiranos. Sin embargo ella se limitaba a admitir que nuestro trabajo era honrado. Vamos a ver, no es que no sea honrado, es que es muy extraño escuchar tal afirmación en labios rusos.
- Sorprendente -comenté tanto para ella como para mí misma. Definitivamente, Anastasia Romanov era un elemento interesante-. Por lo visto no eres una rusa más en ninguno de los aspectos.

Aquel comentario me hizo reír. Parecía que por fin se había dado cuenta que yo salía de todos los cánones de los Romanov establecidos. Adoraba ser única en mi especie, aunque sabía que eso había conseguido tiempo atrás que me ganase algún castigo, y tenía pensado que no iba a cambiar nunca.

- No era una rusa más estando en Rusia, ¿por qué iba a serlo estando en Japón? - dije tranquilamente - Que tu familia y la mía estén enemistadas no significa que pierda mi capacidad de razonamiento. - se me vino a la cabeza lo que pensaría mi padre, seguramente me regañaría si supiese lo que acababa de decir.

- Sigue siendo sorprendente -dije lentamente, asintiendo con la cabeza-. Y extraño. Nunca he recibido ni esperado trato amable por parte de los de tu clan. Creo que eres la primera con la que comparto una conversación decente -dije haciendo memoria; lo cierto es que tampoco había charlado mucho con los demás miembros tanto rusos como rumanos, a Aro, Cayo y Marco les iba mucho el trato directo con los demás clanes y en esta clase de asuntos la guardia solemos estar al margen.

- ¿Qué te esperabas? ¿Que comenzara a insultarte y lanzar improperios? ¿O quizá que te tirase un zapato? - pregunté, sonriendo inocentemente.

Su reacción me hacía muchísima gracia, pero por suerte en la corte me habían enseñado a controlar un poquito mis impulsos, solo un poquito. Seguí jugando con mi cabello sin poder evitar una manía que siempre había tenido. ¿Quién iba a decirme que acabaría teniendo una conversación medianamente normal con una Vulturi?

- No, tampoco soy tan tremendista -le respondí. Aunque ahora que sabía algo más de ella, no me hubiera extrañado verla tirandome un zapato. Se la veía muy capaz-. Pero quizá sí esperaba un trato más... hostil y sarcástico, supongo -dije sin estar segura de que aquellas fueran las palabras adecuadas. Aquella situación era realmente extraña, parecía sacada de un chiste. ¿Te sabes el de la conversación entre la rusa y la italiana en pleno Tokyo?

Tokyo, capital de Japon. Realmente era una ciudad enorme que me habia dejado con la boca abierta. Pero era realmente bonito, se podi decir que si me gustaba. Aunque claro tenia muy bien asentadas mis preferencias. Como siempre me habia tocado a mi, (que raro) hacer de adulta e ir a buscar a la hermana pequeña desaparecida. Gracias a ciertas habilidades vampiricas, seguirla mediante el olor habia sido relativamente facil, pero habia otro olor que no me gustaba tanto. Jane... habia hablado un par de veces con ella y no me habia caido demasiado bien. Bien cierto era que tampoco habiamos coincidido en las mejores situaciones.
-Nastias